19.7.09

Una lección de vida

Hoy se cumplen dos años desde que se fue el Negro. Quiero recordarlo cagándome de risa con alguno de sus cuentos. Acá dejo, al igual que el año pasado, un fragmento de carácter más "reflexivo" (seguramente él mismo me cagaría a pedos por el término). Espero que lo disfruten.

Reiner se ajustó los lentes sobre el puente de la nariz

—Había un personaje en un libro de Huxley —dijo, entrecerrando los ojos—, no sé si era en Contrapunto o en Un mundo feliz —y mi falta de memoria no es para asombrar a nadie porque yo ya no me acuerdo si el Viejo Vizcacha está en el Martín Fierro de José Hernández o en Bases de Juan Bautista Alberdi—, había, le decía, un personaje en un libro de Huxley, que sostenía que San Francisco de Asís no lamía las llagas de los ulcerosos porque fuera un hombre piadoso o caritativo, Borzone, nada de eso. Lo hacía porque era un pervertido. Un pervertido. Eso decía ese personaje de Aldous Huxley sobre San Francisco de Asís. Y esto explica lo de su tío. Hay perversiones, Borzone. Hay perversiones... Véame a mí, sin ir más lejos, Estudie este rostro —Reiner se señaló la cara—. Observe esta calvicie tapizada de lunares oscuros, esta piel macilenta, estas ojeras, esta papada que me cuelga bajo el mentón, estos pelos que pugnan por escaparse de mis orejas...Y le estoy mostrando, apenas, la punta del iceberg, Borzone. Usted, Dios sea loado, no me ha visto en bolas. Una piel pálida, unos pechos caídos y fláccidos, un vientre prominente, unas piernas escuálidas y averrugosas con atisbos de várices... —fue bajando el tono de su voz como si la sola enumeración de sus atributos físicos lo llenara de desagrado—. Por no hacer mención de zonas más íntimas y recónditas, mi querido amigo. Muy bien, muy bien, muy bien... Si el día de mañana viene mi mujer y me dice: “Me inspira realmente repulsión el solo hecho de tocarte”, yo habré de entenderla perfectamente. Si me dice: “Te quiero mucho pero me da cierta repugnancia acostarme contigo”, puedo llegar a aplaudirla incluso a comprenderla. Yo tengo espejo, Borzone, no lo olvide.

Reiner abrió un paréntesis, que no duró mucho.

—Y si ella viene un día y me informa —continuó—: “El muchacho morocho y hercúleo que atiende en la granja de la esquina me invitó a pasar una noche con él”..¿Qué puedo yo decirle, amigo mío?... ¿Qué no vaya?... ¿Que no se dé ese gusto? Si yo la quiero realmente, si la aprecio, si la estimo, si la amo. ¿Voy a privarla de esa satisfacción? Al contrario, debo ir hasta la granja de la esquina y dejarle una propina a ese muchacho que hace feliz a mi señora. Si la quiero realmente, si la quiero...

[...]

Borzone dejó escapar un silbido casi inaudible

—Pero... —probó de nuevo, estoico—. ¿A usted le parece tan probable que su mujer, su esposa hipotéticamente hablando, una persona mayor digamos, consiga tan fácilmente que el joven musculoso de la granja de la esquina la invite a pasar una noche con él? ¿O usted mismo, Profesor considera probable que alguna jovencita le brinde lo que ya no le brindaría, por ejemplo, una mujer... por decirlo de alguna manera...antiestética?

—El profesorado argentino —Reiner miró a los ojos a su interlocutor—, el magisterio, el Ministerio de Educación, Borzone, me ha recompensado durante años con una importantísima porción de su presupuesto, con sueldos generosos, verdaderas fortunas, para que yo, el día de mañana, jueves para ser más preciso, le pueda pagar a una profesional del amor lo que corresponde, mi estimado.

Los dos hombres quedaron un instante en silencio. Se escuchaba, apenas, desde detrás de la barra, algún entrechocar de pocillos y algo de la música funcional.

El fragmento pertenece al cuento Una lección de vida, del libro homónimo.

 
Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.